
Fue ordenado caballero
y el Señor don Pepe Alzate
le colocó los estribos
y lo lanzó hacia delante.
La fusta la manejaba
el trotamundos Clemente,
Martín compartía espada
con Iriguíbel y Echeve.
Grandes fueron sus conquistas
de gentes enamoradas
cuando fieros enemigos
caían ante su espada.
Llegó un momento en la vida
en que se quedó en la cuadra
adiestrando los caballos
que luchaban en batalla.
Y, aunque el amor es eterno,
la pasión puede enfriarse
y hubo de ir a otras tierras
a sacarse los jornales.
Iba inculcando la lucha
y ordenando caballeros
en las gentes de otras tierras
sin amores verdaderos.
Volvió a casa y se encontró
a un ejército vencido
con los castillos quemados
y soldados malheridos.
Su grito fue reconocido
por las gentes del lugar
que, olvidando sus penurias,
se lanzaron a luchar.
Recuperaron las fustas,
los escudos y los yelmos,
en la fragua había niños,
de ahí salían guerreros.
Hemos cabalgado duro,
tal vez nos toque caer
pero algo en nuestra alma
ha vuelto de nuevo a arder.
(Dedicado a Enrique Martín)
