Pueblo cuyos habitantes
destacan por el placer
que recorre cuerpo y alma
a la hora de comer.
Piperos, ranchos, meriendas,
chistorradas, migas, pinchos,
calderetes, bizcochadas
y, antes de comer, los fritos.
Por eso no es de extrañar
que de todas nuestras calles
con un nombre de comida
haya una que se halle.
La calle del Abadejo
y debería haber más:
la de la Sopa de Almendra,
nuestro postre popular.
Y, puestos a engrandecer
y a honrar las tradiciones,
dedicaría una calle,
pero una de las mejores,
al manjar más exquisito,
que en Lerín se hace sublime,
y sólo los elegidos
su grandiosidad distinguen.
Por supuesto, el Patorrillo,
el que la gente vulgar
pregunta de qué consiste
y no se atreve a probar.
Pero ya dice el refrán:
“No está hecha la miel pa’l asno”
y aunque la miel es gloriosa
nunca llegará a ser tanto
como esa divina mezcla
de sangre, patas y entrañas
que, en su salsa, a fuego lento
todo su esplendor alcanza.
“Del mar el mero y de la tierra el cordero”
y a ese delicioso ser
le sacó toda su esencia
alguna sabia mujer
que en su lerinesa olla
mezcló con ajo y cebolla,
con aceite y con tomate
y que fue tan generosa
de compartir su receta
con las gentes de la villa,
ese ser tan especial,
esa persona divina
que las diosas de la Grecia
no le llegan ni a la altura
de la alpargata que calza,
yo le haría una escultura.
No se transmitió su nombre
pero sí su creación
y con un nombre de calle
yo honraría tal acción.