No hay nada como el calor
que desprende tu regazo
y, sin dudar, lo regalas
al estrecharte en tu abrazo.

Cual bebé me quedaría
fundido en ese calor
que pasa por tus entrañas
brotando del corazón.

Y, en medio de esa pureza,
puede crear su raíz
el silencioso enemigo
que amenaza tu vivir.

Y, aunque cueste imaginar
que un corazón tan valiente
pueda verse limitado
a la hora de hacer frente,

es así y, por eso, yo
te presto mi corazón
e iniciaré una cruzada
para lograr un montón

de corazones prestados
que se cuelen en tu seno
y luchen hasta lograr
la victoria en ese duelo.

Da igual de dónde vengan
ni quién los haya prestado,
si son de alguien conocido
o pertenecen a extraños

lo importante es que nos quieren
y que han venido a ayudarnos
a luchar por preservar
el calor de tu regazo.

Y aunque, por recibir golpes
puedan acabar marcados,
su dicha será mayor
al fundirse en tus abrazos.