Los de Lerín somos los mejores,
aunque toda la gente es buena,
porque el resto sólo se acuerda
de Santa Bárbara cuando truena.
En cambio los de Lerín
nos acordamos todo el año,
la tenemos por patrona
y presente en el retablo,
dibujada en las gaseosas
que embotellaba mi abuelo
y también tiene una calle
con su nombre en nuestro pueblo.
Por eso no es de extrañar
que, cuando cayó la campana
y cuando se coló el rayo,
nos rescató Santa Bárbara.
Hay versiones que decían
que estaba la plaza llena,
otros que estaba vacía
pero de milagro era,
como contaba en su chiste
el mítico Carbonero,
“la plaza estaba vacía
y casi mata a medio pueblo”.
Cada uno crea lo que quiera,
yo no intento convencer,
sólo expreso la emoción
que me produce que creer
que en la corte celestial,
con un nombre que impresiona,
la patrona de las guerras
es mi santa protectora.
Por tanto no necesito
al primo de Zumosol,
a ver quién me tose ahora
teniendo su protección.
Yo la seguiré invocando,
aun cuando todo esté bien,
y cuando regrese al templo
me acercaré a agradecer.
Y cuando llegue su día,
cada cuatro de diciembre,
haré comida especial
como ella se merece.
Foto superior: José York
Foto inferior: Josecho Chocarro