Se cuenta que en la cultura
de los indios americanos
consideran a los árboles
sus amigos, sus hermanos.

Un vínculo que se expresa
no sólo en el sentimiento,
pues también se comunican
y saben hablar con ellos.

Ojalá fuese capaz
de conversar con un árbol
aunque en mi caso son dos
los árboles que más amo.

Los dos son pino carrasco
y se hallan en un enclave
que es un pulmón natural
donde confluyen dos mares

La especie mediterránea
y la vertiente cantábrica,
allí no verás el mar
pero sentirás sus brisas.

Allí confluyen las dos
y allí echaron sus raíces,
uno mira hacia el bochorno
y el otro al cierzo recibe.

De familia numerosa,
que une Falces y Lerín
en hileras uniformes,
se decidieron salir.

Los dos tienen troncos curvos
protegiéndose del viento,
raíces que salen y entran
varias veces por el suelo.

Son dos árboles cercanos,
en caminos paralelos,
en dos opuestos extremos
de inclinado cortafuegos.

Ojalá fuese yo un indio
de los que hablan su idioma,
me pasaría las horas
escuchando sus historias.

Y no tendría problema
en hacer ese repecho
las veces que hiciera falta
para ser su recadero.

Pero aunque no hable su idioma
puedo sentir su pureza
en sus ramas, sus acículas,
sus piñas y su corteza.

Foto superior: Agustín Garnica (Pino bonito)
Foto inferior: María del Mar Noguera (Pino Cuesta)