Muchos lectores crecimos
con las historias de Obélix,
el que cargaba en sus hombros
menhires y jabalíes

y defendía a su tribu
en su traje azul y blanco
con su descomunal fuerza
derrotando a los romanos.

Y yo recuerdo en mi pueblo
un héroe que se ataviaba
con esos mismos colores
y con bravura atacaba

a los defensas rivales
que caían en manada
ante su impulso impetuoso
para júbilo de la grada.

Se crió en una familia
donde en lugar de menhires
eran bombonas naranjas
las que cargaban en ristre

y en los hombros las entraban
para cargar de energía
los hogares que tenían
de butano su cocina.

De ahí le vendría la fuerza,
tal vez también la energía
para mandar a la hierba
quien a su avance se oponía.

Seis goles al Ondalán
y siete goles al Sesma
llevando el delirio a la grada
de la mítica Romaleta.

Por el color de su piel
parecía brasileño
pero él era Tajú,
el hijo del butanero.

Profesión erradicada
por culpa del gas ciudad,
qué pena pues no es lo mismo
que el balón medicinal.

Si vas andando a los pinos
tal vez aún oigas los ecos
de las gestas que lograba
el Obélix de mi pueblo.

Fuerte, duro, contundente
pero siempre tan cordial,
se metía en sus Predator
y depredaba al rival.

Imágenes: recortes de Diario de Navarra (fotos: María Puy Amo y Leal)