Porque tenemos raíces
y también tenemos alas,
yo, cuando las mías uso,
suelo acabar en mi playa.

Esa simbiosis de sol,
de viento, de agua y de sal,
evapora mis problemas
que acaban en altamar.

Es a través de la brisa
como me acaricia el mar,
me penetra hasta los huesos
y me fecunda de paz.

Y una vez que me ha sanado,
mi sangre vuelve a ser pura,
es el monte quien me llama
para vivir aventuras.

Y en su cima me detengo,
también se detiene el tiempo
contemplando las marismas
de la bahía hasta el Dueso.

Mi depósito está lleno
ya me puedo dedicar
a pasear por las calles
y con amigos probar

los marmites, los chicharros,
las sardinas y las rabas,
albóndigas de bonito,
mejillones y navajas.

Me acuerdo mucho estos días,
anhelo mucho esa tierra,
por algo Napoleón
hubo de fijarse en ella.

Pasando por tres imperios
por sucesivas batallas
y a mí su querida gente
con un beso me la regala.

Me acuerdo mucho estos días
de su gente callejera
cuyo hogar es el Pasaje
y ahora se halla en cuarentena

preguntando a las gaviotas
que pasan por su ventana
cuándo ha sido bajamar
y si está caliente el agua.

Fotos: http://www.farodelcaballo.es