Puede parecer que todo
es fruto de un desatino,
una mala pesadilla
que al alba se habrá extinguido,

pues no estaba en ningún plan
del humano colectivo,
pero quién somos nosotros
para juzgar al destino.

En qué sociedad creció,
con que reglas fue educado,
cuáles serán los valores
con los que mide sus actos.

No se puede valorar,
no se le puede juzgar
y, por mucho que intentemos,
no lo podremos cambiar.

Sólo nos queda aceptar
como acepta un verdecillo
la llegada del motor
de mi coche a su camino.

Sólo nos queda aceptar
como acepta el pez espada
la llegada de los barcos
que navegan por sus aguas.

Sólo nos queda aceptar
tal como aceptan los ríos
las tormentas que transforman
su cauce durante siglos.

El destino es ese juez
que pronuncia la sentencia
contra la que no hay recurso,
rectificación ni enmienda.

Cuando lo hayas aceptado
tal vez quieras cambiar tú,
tu forma de ver la vida,
tus costumbres, tu actitud.

Sin llegar a traicionar
nunca tu esencia y tu instinto,
adaptando tus pasiones
a lo que dicte el destino.

Fotos: Quique Lorente