Hay voces itinerantes
predicando a las conciencias
que piensen en sus abuelos
que les tocó ir a la guerra.
Todo lo que allí sufrieron
sin tener seguro el pan,
un conflicto entre vecinos,
para muchos su final.
Con esa comparación
no nos podemos quejar
por quedarnos en la casa
con toda comodidad.
Oyendo esa reflexión
acepto la invitación
y no me he quedado ahí,
sigo en la comparación.
Sigo y veo mucha gente
aterrada por el miedo
ahora que la epidemia
está en máximo apogeo.
Gente que de normal
le es difícil respirar,
que hizo un recorte a la muerte
venciendo una enfermedad
Y gente de avanzada edad,
ven cifras y ven noticias
como si una nube negra
posara sobre su vida.
También veo sanitarios
en el frente de batalla
con víctimas a ambos lados
y sin chaleco antibalas.
Para muchos y por suerte
es casi como un asueto,
para otros es horror,
un encuentro con el miedo.
Entre todos los horrores
sólo hay una cosa buena:
cuando alguien pide perdón
cuando termina una guerra.
Dudo que el virus lo pida
pero no hay nada más libre
que el perdón, pues tú perdona,
puede ser que igual te sirve
de consuelo, de refuerzo,
tal vez traiga algo de paz,
tal vez no, mas nada pierdes
por probar a perdonar.