Desvelos que yo grabé
en frías noches de insomnio
de los que me avergoncé
pues creía ya ser otro.

En vinilo aparecieron
y, tras quitarles el polvo,
los coloqué en su artilugio
como sonido de fondo.

Por hacerles un favor,
como haciéndolo por ellos,
por solidaridad o lástima
o no sentir desconsuelo.

Mientras yo arengaba hordas
de mi ejército interior
apelando a su vergüenza
para luchar con fragor.

Y, sin querer escuchar,
me han llegado varias frases
que alguna noche grabé,
mis reflexiones de base.

Y, sin poder esperarlo,
han cruzado mi armadura,
han tirado mi coraza
debajo de la cintura.

Han entrado suavemente
colándose por mi pecho
y me han envuelto de calma
como un apacible sueño.

Desnudo de mi vergüenza
siento transpirar mis poros,
siento mis venas regar
hasta el último recodo

de mi cuerpo en armonía
con su parte espiritual,
el aire que me penetra
lo despido al expirar.

Y he dejado de pensar
si me siento grande o no,
sólo siento la esperanza
que estaba buscando yo.