Cuando la colocadora
sabe que el control es suyo
y, entre todas las opciones,
la elige como verdugo

sucede una competición
entre cada uno de sus músculos,
desde los más imponentes
hasta los más minúsculos,

por ser el que más fuerza
aporte en la ejecución
y sea el que más efecto
le imprima a ese balón.

Y el que gane la partida
envenenará a la víctima
que tras un vuelo fugaz
morirá junto a la esquina.

(Dedicado a Bely Meñana)