“¿Cuántas docenas te pongo?”,
brazos en horizontal,
el de enfrente dice el número
y comienza a salivar.
Ordeña entonces su masa
con la mayor de las gracias
y debajo está el aceite
esperándola impaciente
para que extienda su cuerpo
en un sublime momento
en que hierven de pasión
en un clímax de calor.
Y llega la espumadera
que entre el aceite bucea,
da fin a su relación
pues el churro está marrón.
Y mi churrero elegante
con sus míticos tirantes
su cucurucho prepara
y en él el manjar guarda.
Ahora sus labios preguntan:
“¿quieres que te ponga azúcar?”.
Dime, Rober, corazón,
¿hay alguien en toda la historia
que te haya dicho que no?