En la capital del Rioja
los aplausos de la gente
son los que riegan sus venas
y su corazón caliente.
Por eso pide más grados
para que suba el calor
en el momento en que alguien
vuelve a dar vida al balón.
Y, cuando llega su saque,
hasta los viñedos tiemblan
cuando mira a la pelota,
corre, salta y la golpea.