Transformas tus suaves manos
en el más duro ladrillo
para agrandar la muralla
que separa al enemigo.
Eres alta, te haces grande,
eres fuerza y precisión
para enfrentar hacia abajo
cada bala de cañón.
Si tu fuerza y tu dureza
no resultan suficientes
amortiguas la amenaza
mientras se afana tu gente
en rearmar a tu pueblo
que, si gana la batalla,
buscará tus suaves manos
para abrazar sus espaldas.
(Dedicado a Anna Espadalé)