Elegí un cómodo asiento,
desenvolví mi bocata
y relajado observé
lo que pasaba en la cancha.
Muy pronto me fui enganchando
a un sabor de calidad,
recepciones complicadas
y aciertos al rematar.
Mas no siempre era agradable
el sabor de aquellas viandas,
pues en el fragor los guisos
a veces se nos quemaban.
Mezclas de dulce y amargo,
de victorias e ilusiones,
derrotas inesperadas
y finalmente lesiones.
Pero aunque la temporada
ha acabado por romper
hombro, gemelo, falange
y dolores en los pies,
veo doce almas unidas
que nada desatará
y, en mi asiento, este bocata
lo comeré hasta el final.