Era un mocete tirillas
tan flaco como un sarmiento
que por tener poca carne
le bautizaron “el Recio”.
Pero le echaba cojones
cuando llegaba el domingo
y salía en Valdechate
contra el calor, contra el frío.
Soplaba su saxofón
y tocaba su guitarra
y se hacía el puto amo
cuando eran noches de farra.
Con fijación por el blanco
tanto el de los madridistas
como la bata del médico
que receta sus pastillas.
Siempre fiel a sus amigos,
siempre fiel a su familia
de la que yo formo parte
porque su madre es mi tía.