Jugaba pocos minutos
y, casi, por compasión,
olvidado de la suerte
como dice la canción.
Pero una tarde de invierno
la suerte fue a compensarme
desde el punto de once metros
en el campo de mi padre.
No lo dudé ni un segundo
y me fui a por el balón
cuando “tírala, Javier”
me dijo el entrenador.
No cogí ni carrerilla,
al portero no le dio
ni tiempo para tirarse
cuando golpeé el balón.
La gloria consiste en ver
cómo se mueve la red
al contactar la pelota
que ha salido de mi pie.
La gloria consiste en ver
cómo vienen a abrazarme
y los gritos que me lanzan
y la cara de mi padre.
Qué bonito Javi!!!!